María de Lourdes Puig Lara

Nací en México, Distrito Federal, un plenilunio del día 17 de noviembre del año de 1945. Me tocó vivir en un mundo pletórico de fantasía y ensueño.

Soy hija de un médico poeta y de una cantante de ópera, quienes iniciaron su vida matrimonial, siendo mi papá el único doctor y cirujano en un pueblo llamado: Calpulalpam, Tlaxcala; y desde ahí empiezan los círculos de la bohemia, pues mi papá era de los románticos que llevaban serenata en los cumpleaños. A mí no me dejaron estudiar Medicina, por ser mujer, imposible pasar las guardias en los hospitales y el horror de vivir noches enteras fuera de mi casa.

Desgraciadamente, me han educado para criticarme muy severamente por los errores de juicio más nimios y por las más leves indiscreciones. De niña me enseñaron a reprimir los sentimientos como si fuese un adulto, con más responsabilidad, con más respeto. Se me exigía que estuviera continuamente en guardia para que mis modales fueran aceptables. Además de enseñarme el código de comportamiento de la sociedad, me aleccionaron para castigarme a mí misma, en caso de que violara cualquiera de las normas de ese código. Me enseñaron, en realidad a hacer autocrítica, de manera oculta, a sentirme culpable y a rechazarme a mí misma.

Posteriormente, a través de tocar el piano, me esforzaba para que me aceptaran y reconocieran. Extraño dilema, nuestra cultura se siente con derecho a castigar y se muestra reacia a premiar. Los kilos de más significaban que en mi vida faltaba algo y el premio por adelgazar era seguir jugando al juego de la gordura.

Desde la edad de nueve años, me pusieron a estudiar piano, para que le acompañara las piezas de canto a mi mamá. Yo me sabía expresar ante el público a través de la música, pero cuando las circunstancias de la vida me colocan otra vez frente al público, después de esa entrevista casual que tuve que enfrentarme conmigo misma en una escuela para mujeres; temblé de susto cuando tuve que hablar en público, pues pensé que no me sabría expresar ante el micrófono. Me sabía disminuida ante mis hijos, con una obediencia reverencial ante los adultos y luchando contra el sobrepeso y la obesidad, enamorada de mi papel de víctima y con muchas carencias emocionales; además sufriendo un revés económico muy fuerte. Yo había sido llamada para asistir dentro de mi trabajo a una "Escuela para Mujeres", en la sucursal del cielo como decía el Presidente de mi compañía de cosméticos y productos nutricionales, sin embargo, yo estaba empeñada en insistir para que una de mis distribuidoras fuera a tomar ese curso, pues yo pensaba que ella estaba en una situación peor que la mía. Cuando hice el trámite y hablé por teléfono a Guadalajara, me dijeron: “Oye Lourdes, pues hazle como quieras, pero "nadie puede ocupar tu lugar". Fue el inicio de un enfrentamiento conmigo misma..., que marcó un parte aguas, pues yo era la típica ama de casa resignada, provinciana con veintitrés años de casada, con tres hijos adolescentes, mi esposo lejos y con una gran angustia, intentando pagar la hipoteca de mi casa. Me daba mucho miedo enfrentar la autoridad. Padecía migrañas con mucha frecuencia y no podía responder a las preguntas de ¿quién soy yo? ¿Cuál es la misión que tengo en este mundo?. En el evento, donde estábamos reunidas más o menos dos mil mujeres que habían llegado de todas partes de la República, hubo charlas, películas, y nos dieron las bases para escribir durante el curso un pasaje importante sobre el "Libro de mi vida". Y sucedió el hechizo de la seducción para iniciar el famoso idilio conmigo misma como decía "Oscar Wilde"; y ese romance podía durar toda la vida.

Supe que tenía que trabajar muy duro conmigo misma, me decía mi Psicoanalista la doctora Noemí Orejel, que tendría que parirme de nuevo. Y cuando escribí lo doloroso que es admitir mi adicción a la comida, igualito que un alcohólico, queriendo cubrir un vacío de afectos desde la niñez. Fluían en mi mente las palabras y pensé en escribir para compartir lo que sentía en el océano de mi alma.

Cuando pasé al frente, bañada en lágrimas y compartí esa parte tan desgarradora y dolorosa de mi vida, cuando le pedí perdón a mi niña herida, a mi gordita le di comprensión y ternura..., y cuando la conductora la doctora Patricia Vergara de Müller, me dedicó el libro de Louise Hay "Tú puedes sanar tu vida", en la dedicatoria me puso: "ojalá que descubras a la escritora que hay en ti". Y así es como empezó mi travesía con tempestades deshechas y mar abierto, metafóricamente hablando, se rompió el dique del desconocimiento y me lancé a escribir "Mi Intrépido Rescate", donde el hilo conductor es mi piano que data de 1840, porque supe que había sido víctima de mí misma... .

Intrépido rescate (Editado en México por la Editorial Artes Gráficas Panorama)

¿Quién no quisiera emprender el viaje hacia el rescate definitivo de uno mismo, para emerger renovado y luminoso?, ¿cuántas veces hemos querido cambiar esta realidad que parece habernos “tocado” vivir?.

Esta reflexión que de cuando en cuando el desasosiego nos empuja a realizar, encuentra muchas veces bálsamo o acicate en el delicado entramado de nuestro pasado.

Armada con la determinación incombustible del que no se conforma con su realidad, la autora se sumerge pluma en mano en las imágenes e historias que rodearon su primera infancia. Así vuelven a desfilar por sus páginas con acento de desenfado y buen humor las imágenes vívidas del ajetreo en el Puerto de Veracruz de los años veinte, las historias del “abuelo sin cara”, la vida en la colonia del Buen Tono, las tradiciones del México de mediados de siglo pasado, los secretos detrás de los silencios de abuelas y bisabuelas, la libertad sexual o la falta de ella, todo narrado a través del hilo conductor de un piano que, como testigo fiel, guardó risa inocente y llorar amargo de cuatro generaciones de mujeres mexicanas.

En una invitación tácita al lector a reescribir su propia historia, la autora comparte un ejercicio de conciencia impecable y a veces implacable- en la reconstrucción de los hechos que nos permiten entender de qué está hecho nuestro equipaje para elegir aquello que deseamos llevar con nosotros y lo que queremos poner a la deriva para que el olvido indolente termine por dejar atrás.

Lourdes acaba con los baúles llenos de aire fresco, con la conciencia tranquila y la enseñanza de que al final del día, sólo si nos reconocemos como los autores de nuestro destino, seremos capaces de cambiarlo.

 

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