Alejandro Cano Rubio
Nace en Cáceres, aunque reside actualmente en Barcelona.
1953: Discípulo muy querido de Jesús Tomé, gran poeta y su profesor de Humanidades, le adentra e identifica con el lenguaje de los sentimientos y el contenido de lo intelectual.
1957: Se licencia en Filosofía. Comienza a publicar en las mejores revistas de poesía de entonces de España, Argentina y Puerto Rico. Autor galardonado. Algunos de sus poemas se recogen ya en
Antologías varias de la época.
1959: Dirige la revista de poesía “Arquero” (Barcelona).
1965: Funda los Premios de Poesía “Carabela” y crea los fascículos de poesía “Verde Hierba” Amigo de artistas, escritores, poetas y pintores de la Barcelona de ese momento, y embriagado de los mismos, terminan siendo referentes en su trayectoria. Frecuenta sus talleres (Jesús Casaus, Grau Santos) y allí comienza su andadura en la pintura.
Luego, se dedica profesionalmente al mundo editorial. Fue responsable de algunas colecciones populares y, al fin, asumió la dirección de dos editoriales. Finalmente, funda y crea su propia Librería. Por ella han pasado conocidos nombres del mundo intelectual y artístico. Ha sido un nudo de amigos.
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De un archivo secreto (Publicado en amazon)
La novela transita en torno a la compra de un órgano de iglesia del siglo XIX. Los personajes voltean unos en torno a otros y desconfían entre sí. Las dudas emergen y se ocultan
continuamente porque nadie aflora su verdad. El nudo se hace y se deshace por momentos. Lo que parece sí, es que no. Todos los personajes entran y salen de la escena sin saber apenas nada y no llegan
a desentrañar o saber no solo por qué se compra el órgano de iglesia del siglo XIX sino a quién y, sobre todo, cómo y de dónde vino.
Adrián, el protagonista, nunca deja ver su verdad o así lo parece. Cuenta minuciosamente el peregrinaje de su vida y familia en la Barcelona de los años 58-59 y siguientes. El cuadro que se pinta de
la ciudad condal de aquellos días es casi perfecto. Se respira y se masca el sentir de sus gentes y el ambiente de sus calles y mercados. Es en la cima de sus éxitos como anticuario cuando los hechos
migran por terrenos difíciles y los acontecimientos se desbordan.
Aparece, a su requerimiento, uno de los personajes que brilla por sí propio en la novela: el detective don Matías Alvarado. ¿Será solo él, o los agentes de policía, o algún otro, el que abra la
puerta y dé con la prueba inculpatoria? El mismo lector, a estas alturas, ya ha emitido un diagnóstico y sopesa por dónde van los tiros. Pero las incertidumbres son tantas que el lector termina por
dudarlo. Todos sospechan de todos, pero nadie se atreve a señalar con el dedo a nadie. La inexplicable compra del órgano de iglesia, primero, y las misteriosas muertes de don Pedro Hervás y don
Manuel de la Sierra, después, dan a la narración una intensidad tal que desorienta no solo al detective y a los agentes de la investigación sino al mismísimo lector que ha estado poniendo cerco a
unos hechos que creyó haber adivinado ya y que éstos, en cambio, le dieron el esquinazo.
Nadie termina por redondear el caso. Como pasa en la mayor parte de las cosas, solo se dará con la llave del misterio de sopetón, un hallazgo fortuito que, como tantas cosas, llega de improviso y por
pura casualidad.